Los países latinoamericanos ya no podemos eludir el hecho que en el mundo actual negocian las regiones. La economía mundial se está construyendo sobre la base de macrorregiones. El estancamiento de las negociaciones de la Ronda Doha ha empujado a nuevas negociaciones comerciales, de carácter transregional, como antes lo fueron el Nafta, la Asean y la propia Unión Europea. Así, hoy destacan las negociaciones para el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión entre EE.UU. y la UE, el Acuerdo de Libre Comercio de la UE y Japón, el Acuerdo de Asociación Trans-Pacífico (TPP), y la iniciativa china de convertir al APEC en la más poderosa alianza comercial del Asia-Pacífico.
Resulta urgente, entonces, fortalecer la integración de América Latina para alcanzar un mejor posicionamiento en el mundo global.
Por lo anterior, el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet ha planteado encontrar caminos de convergencia entre la Alianza del Pacífico y el Mercosur. No se trata de una fusión entre los dos esquemas, pues ello no sería realista dadas las diferencias arancelarias y regulatorias. Ni se trata de disminuir nuestro firme compromiso con la Alianza. A nuestro entender las diferencias de política económica y de inserción internacional no constituyen un obstáculo para acuerdos puntuales de beneficio mutuo. Solo la ideologización puede conducir a rechazar esta convergencia en la diversidad. Este encuentro entre los dos bloques tiene fundamentos inocultables.
Primero, la fuerza económica y política de los países del Mercosur, especialmente de Argentina y Brasil, es indiscutible. Su presencia en el PIB de América Latina y el Caribe supera el 56%; y, en conjunto, la Alianza del Pacífico y el Mercosur representan el 92% de todo lo producido en la región.
Segundo, para cada uno de los países de la Alianza del Pacífico, el Mercosur es el mercado más importante en el comercio total con América Latina, excepto en el caso de Colombia. En efecto, representa el 50% del intercambio total de Chile con la región, y el 38% tanto para México como para Perú. Sin embargo, es preocupante que el comercio intrarregional de la región apenas alcanza al 18% del total.
Tercero, nuestra condición bioceánica es una ventaja que nos conecta estratégicamente con los principales centros de producción y consumo mundiales. Como bien señaló la Presidenta Dilma Rousseff, “nuestro continente tiene la suerte de ser bañado por dos océanos, y el futuro de América Latina depende de esos dos mares”.
Por tanto, construir puentes entre el Mercosur y la Alianza del Pacífico mejorará nuestra posición competitiva en el mundo global, ayudará a un mayor crecimiento y, además, nos permitirá construir cadenas de valor regionales. Esta es condición fundamental para diversificar nuestra matriz productiva-exportadora de recursos naturales en favor de la industria y servicios con mayor valor agregado.
El esfuerzo que Chile viene realizando en pro del entendimiento regional no se cimienta solo en la misma convicción que tuvieron los padres fundadores de nuestra independencia, también se sustenta en la cruda realidad internacional que nos empuja a una agenda pragmática para mejorar nuestro posicionamiento en el mundo.
Después de importantes reuniones de los cancilleres y ministros de Comercio de la Alianza del Pacífico y el Mercosur en Colombia y Chile, hemos definido una “agenda corta” que está siendo estudiada, que incluye objetivos concretos como la facilitación del comercio, ventanilla única para las exportaciones, acumulación de origen, certificación electrónica y movimiento de personas. Todos estos temas se encuentran avanzados en el Mercosur y ya se han negociado en la Alianza. Por tanto, no constituye ninguna ilusión propiciar su armonía entre los dos bloques.
Por otra parte, más allá de diferencias en el plano comercial, a todos nuestros países les interesa mejorar la productividad de sus economías. Con tal propósito se requiere generar energía a menores costos, contar con mejor infraestructura, comunicaciones fluidas, puertos modernos y superar la condición de exportadores de recursos naturales. La complementariedad en cada uno de esos ámbitos será de indiscutible beneficio para cada uno de nuestros países, aun cuando no exista afinidad de políticas económicas.
En suma, el encuentro inteligente entre los países del Mercosur y la Alianza del Pacífico apunta a derrumbar el muro invisible que separa a los países del Atlántico y el Pacífico. No es un esfuerzo inútil, como propagan algunos. El diálogo y la convergencia intrarregional no son una opción, sino una necesidad.
Heraldo Muñoz
Ministro de Relaciones Exteriores