Por René Jofré en La Segunda
Esto es, las altas expectativas que tendría la sociedad chilena respecto del gobierno de la Presidenta Bachelet y los cambios que significaría para la vida de las personas la llegada de esta nueva administración.
El estudio abarca distintos aspectos de la política nacional. Así, por ejemplo, sobre la capacidad del nuevo Ejecutivo para cumplir con sus promesas emblemáticas de campaña, los resultados son disímiles. Unicamente la reforma tributaria obtiene un porcentaje cercano al 60% de respuestas positivas en relación a que el Gobierno va a ser capaz de cumplirla. De las otras dos, el 41% cree que habrá capacidad para cumplir la promesa de una nueva Constitución y sólo el 36% responde afirmativamente acerca del compromiso de entrega de educación gratuita al 70% de los alumnos universitarios.
Para entender mejor qué significan estas respuestas, es necesario distinguir entre lo que la gente cree y lo que le gustaría. Este último aspecto no está medido en la encuesta. La creencia de que el Gobierno tendrá la capacidad para hacer cumplir esas promesas no es necesariamente igual a si la gente adhiere o es favorable a las mismas.
Para algunos, lo que la encuesta indica sería una cierta moderación de las expectativas o una actitud realista acerca de lo que viene; predominaría el pragmatismo. Estos análisis se basan en la opinión de que distintos temas no variarán significativamente con respecto a la actualidad. Por ejemplo, la encuesta dice que porcentajes iguales o superiores al 41% de los entrevistados cree que temas como la delincuencia, la desigualdad, el empleo, la corrupción y la pobreza tendrán una situación similar a la de hoy cuando termine el mandato de Michelle Bachelet.
Esa es una interpretación. Otra posible es que los encuestados miren con desconfianza las capacidades que tiene (o ha tenido) la clase política en general, independiente de cuál coalición gobierne, para hacer que las promesas se cumplan. O, peor aún, que los encuestados piensen que el cambio que se promete no producirá diferencia alguna en su vida cotidiana o en los sueños que tengan para el futuro.
Esta segunda interpretación se puede ver reforzada si se relaciona con la alta abstención manifestada en las últimas elecciones, indicativa de una fuerte desafección con la política, cuyos ejes son la desconfianza y el recelo, más que una actitud moderada o realista. En los últimos años, el poder no tiene un gran récord a la hora de contrastar lo que se promete y lo que la gente percibe como su capacidad para cumplirlo.
Es por ello que cuesta creer que en un escenario de nueve candidatos compitiendo por la Presidencia no signifique nada el que casi la mitad de la población en edad de votar se abstenga de hacerlo. A partir de este dato, hay poca base para pensar que las respuestas relacionadas con la capacidad del nuevo gobierno para hacer las reformas -cuando el mandato recién comienza- estén basadas en la decisión de los sujetos de volverse más pragmáticos.
Al revés, podría ser que haya un compás de espera para dilucidar si lo que viene es parte de un libreto ya conocido o es el inicio de una nueva fase. En esta interpretación, el escepticismo, más que las expectativas, es el gran adversario.