Si en años anteriores la demanda fue educación pública, gratuita y de calidad, que logró modificar la agenda del gobierno y permitió profundos cambios en materia educacional, este 2018 será recordado como el año en que las mujeres dejaron de estar calladas frente a los abusos de las que somos víctimas históricamente.
Movimientos como el #MeToo desnudó la cruda realidad del acoso sexual y la violencia de género, y dio paso a una ola de tomas universitarias lideradas por las jóvenes estudiantes, donde se exigió educación no sexista y protocolos que sancionaran conductas sexistas dentro de las comunidades universitarias.
El tema se instaló y no hay duda que las nuevas generaciones ya tienen incorporado un discurso muy distinto al que tuvimos nosotros en nuestra juventud, y mucho más progresista, por cierto, que la de nuestros padres y abuelos. Mis hijos y seguramente mis nietos no verán para nada raro que los roles entre hombres y mujeres estarán mucho más equiparados.
No obstante, no hay que cantar victoria. Se ha avanzado, pero quedan aun muchas deudas por saldar, y una de esas es la de equidad de género en la política. Si bien se creyó que con la llegada de Bachelet en su primer gobierno la participación femenina en instancias de poder iban a incrementarse, no pasó a ser una simple quimera. Ni siquiera su gabinete paritario instaurado duró un año, y para segundo mandato ni siquiera planteó la posibilidad de repetir la fórmula.
Hoy el porcentaje de mujeres en el Congreso es apenas de un 21%, este es superior al de hace 4 años, que rondaba el 14%, gracias a la Ley de Cuotas, que forzó a los partidos a inscribir candidatas en las parlamentarias. No obstante sigue siendo bajo comparado con el nivel Latinoamericano (Nicaragua tiene cerca del 40%) y también mundial (ocupamos el puesto 88).
Pero no todo el panorama es oscuro. A nivel comunal, la presencia de las mujeres es mucho más relevante, tanto a nivel de organizaciones sociales como de gobiernos locales, estos últimos en términos de concejalías, ya que las alcaldías sigue predominando el género masculino como jefes edilicios. En Ñuñoa, de hecho, somos cuatro concejalas, de un total de 10, y en algunos municipios las cifras están cercanas a eso, pero sigue siendo bajo en relación a los varones.
Sobre lo mismo, recientemente me tocó participar en Viña del Mar en un encuentro de alcaldesas y concejalas de la Asociación Chilena de Municipalidades (AChM), donde justamente debatimos estos temas, referido a la necesidad de abrir mucho más estos espacios a nuestras compañeras, siendo generosas también para sumara más mujeres al masculinizado mundo de la política.
De hecho, de esto último podemos decir que el reto para nosotras es doble. Por un lado, romper modelos patriarcales arraigados por siglos en la lucha de poder, y por otro lado acabar con el desprestigio que tienen los partidos por situaciones de poca transparencia y falta de probidad, y creo que las mujeres estamos mucho mejor capacitadas para romper ese hielo entre la ciudadanía y esta imagen negativa –que es errada en una gran mayoría de los casos- que tienen las colectividades.
El PPD pretende declararse como un partido feminista, siendo uno de sus objetivos del Congreso Ideológico el próximo año. Sin embargo, no puede quedarse en una mera declaración de buenas intenciones, sino debe hacer carne, con hechos concretos. Y ese es el gran desafío que tiene el 2020, debiendo impulsar candidaturas femeninas en todas sus comunas, permitiendo hacer primarias y reforzando los liderazgos nuevos.
Y esto debe ser una constante también en otros partidos progresistas y de centro izquierda, pues de otra manera estos bajos niveles de participación de las mujeres en la política seguirán siendo tan paupérrimos como hoy. Como ya lo he dicho en ocasiones anteriores, “Más Mujeres, Mejor Política”.
Patricia Hidalgo Jeldes
Concejala Ñuñoa