No olvidar la lección de 2010

Por René Jofré en La Segunda

El costo de gobernar por un período prolongado, la división de los partidos, la falta de disciplina, la pérdida de sintonía ciudadana, están entre las explicaciones favoritas. Hay quienes creen que el proceso de selección de candidaturas fue el problema, al bloquear las posibilidades de Lagos e Insulza.

La Concertación sólo había llegado a dos millones de sufragios en primera vuelta, menguando en un millón y fracción el promedio de su votación histórica. Algunos presidentes de partido renunciaron con autocrítica, otros no lo hicieron, con la excusa de “morir con las botas puestas”. Todos expresaban la incapacidad de una estrategia común; los electores respondieron no votando o eligiendo otras opciones, mientras la Concertación sobrevivía sólo gracias a la inercia de sus deseos.

¿Por qué recordar esto ahora, justo cuando la actual oposición se prepara para asumir la conducción del país luego de la amplia victoria de Michelle Bachelet?
No parece necesario hacerlo, ya que es el oficialismo el que profundiza sus divisiones, recriminándose duramente por una derrota que amenaza con convertirlos en paréntesis político. No parece necesario, ya que la coalición opositora ha conseguido mayoría en ambas cámaras, lo que la deja a las puertas de algunos de los esquivos quórum.

En el entreacto del cambio de mando se suceden las especulaciones: que falta un par de votos para el fin del binominal, que están los de la reforma tributaria, que podrían juntarse para los cambios en educación, que a través de intrincados recovecos se podría alcanzar una mayoría suficiente para una reforma, al menos, a la Constitución, pero que descansaría en “los hombros de la élite política”, como ha recordado el senador Walker por estos días.

Por dichas especulaciones es que es necesario recordar que en 2010 hubo autocrítica, pero costó mucho que se admitiera. No olvidar aquello, sabiendo que necesariamente construir cada uno de los acuerdos para las reformas será una ardua tarea que necesitará adecuadas dosis de negociación, fuerza política y respaldo popular. Y en eso hay peligro, porque la Nueva Mayoría es tributaria de la ex Concertación y de una cultura política, que tiene un modo de resolver, un modo de hacer y un modo de tomar las decisiones, que tiende, en algunas materias, a negociar en el Congreso con el programa mínimo para terminar obteniendo poco. En vez de asumir su programa máximo e intentar algo más.

Es cierto que hay nuevos integrantes y que algunos líderes no han olvidado la lección de 2010. Pero, por ejemplo la tensión PC-DC revela un mar de fondo. No entre dos partidos, sino en la coexistencia de visiones que, en la virtud, pueden potenciar lo que viene, pero que en el error pueden llevar a una trampa: obstruir el camino de reformas con el que la Nueva Mayoría ganó en las urnas.
Las posiciones maximalistas, que sólo ven caminos de ruptura, y las minimalistas, que sólo quieren un cambio cosmético, son las menos en todas las corrientes de opinión de la coalición de centroizquierda. Es por ello que se requiere un eje construido sobre aquellas fuerzas mayoritarias que, transversalmente, quieren un país más inclusivo, menos discriminador, nada de abusivo y más moderno.

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