Por René Jofré en La Segunda
Si estuviera en lo cierto, podríamos afirmar que lo que ocurre en la sociedad chilena sería una necesaria correspondencia entre el agotamiento de un modo de hacer las cosas y la multiplicación de demandas sociales o programáticas, ampliamente mediatizadas, por parte de movimientos sociales que con su acción han puesto una agenda que ha interrogado severamente la eficacia del actual sistema político.
Opiniones en la coalición Nueva Mayoría han llamado a hacer una “alianza estratégica” entre el actual gobierno y los movimientos sociales. El factor común de este pacto sería la necesidad de realizar cambios estructurales en subsistemas como el educativo, el tributario y el político. Cambios que pongan en sintonía a Chile con democracias más consolidadas.
Hay quienes ven una amenaza en esa idea o iniciativa. Pero lo cierto es que hay una correspondencia más común de lo que se cree. Son los movimientos sociales europeos -en países como Inglaterra, Francia y Alemania, entre otros- los que empujaron el avance de reformas que hacen de ese continente, aun con la crisis actual, un ejemplo de una relación fructífera entre lo social y lo político. Es por ello que, desde los albores de la independencia, ha sido motivo de imitación para iniciativas en pro de la libertad y la igualdad en este lado del mundo.
Lo mismo se puede decir de la tradición comunitaria de los Estados Unidos. Si en esos lugares se han producido avances hacia una alianza entre política y sociedad, no tendría por qué tener un derrotero distinto lo que ocurra en Chile.
La democracia, para consolidarse, requiere de una ciudadanía activa y de consulta permanente con ella, como en Suiza o Uruguay. Si eso no ocurre, la política se adormece y solamente la facticidad copa el espacio de lo público. Esta fuerza democrática es más probable en países con amplia cobertura y penetración de redes sociales, y con pluralidad de medios de comunicación.
Las redes sociales han producido el raro fenómeno de que la opinión pública, en su definición clásica, que antes se reunía en torno a una encuesta y luego se disolvía, ahora permanece. Entonces, las redes vendrían siendo algo así como una opinión publica reunida todos los días y que ha dejado de ser exclusivamente interpretada por los medios de comunicación, para tener voz propia a través de un curioso y complejo proceso de hegemonía virtual. Este doble fenómeno: período de auge de los movimientos sociales y permanencia de la opinión pública ponen en jaque a una política que, en este país, ni siquiera cumple rigurosamente los estándares de la representatividad.
Los movimientos sociales responden más bien a una lógica de transformación cultural con base política, que a la política de todos los días. Es por ello que cada espacio, lo social y lo político, aunque tienen puntos de convergencia y puedan empujar transformaciones, necesita resguardar su identidad, a riesgo de quedar unos subsumidos en otros.