por Ernesto Ottone
El promedio de crecimiento que desde 2003 en adelante había sido el más alto desde hacía 40 años comenzó a perder velocidad, las cifras de avance en la disminución de la pobreza y de la reducción de la brecha de ingresos continuaron siendo favorables, pero más lentamente. Comenzó a producirse un déficit creciente de la cuenta corriente y a evidenciarse mayores vulnerabilidades económicas en América del Sur.
En estrecha relación, con las dificultades crecientes de la economía mundial, se inició o se reforzó la desaceleración económica prácticamente en todos los países. En algunas economías de la región la desaceleración se ha transformado en recesión.
Cada vez que los organismos internacionales miden la expectativa de crecimiento corrigen a la baja. Se requerirá un gran esfuerzo en todos los países de la región para evitar que la lentitud se transforme en detención del crecimiento.
Es posible en el futuro cercano tener sorpresas negativas en pobreza y en empleo. Un país que había hecho enormes progresos en esos terrenos, como Brasil, parece enfrentar ya hoy datos preocupantes.
El hecho de que durante el decenio de holgura los latinoamericanos hayamos en general avanzado poco en dar respuesta a los desafíos estratégicos de diversificación económica, aumento de la productividad, mejoramiento de la infraestructura, aumento del ahorro y la inversión, no nos permite enfrentar de la mejor manera el período de vacas flacas.
El mejoramiento de la gestión macroeconómica en la mayoría de los países ayuda, por cierto, pero no basta. Lo que no hicimos en tiempo soleado y con agradable brisa deberemos hacerlo con lluvia y viento frío.
En lo que respecta a Chile, la acumulación por años de diversas fortalezas nos ayuda a evitar una visión negativa del futuro.
Sólo quienes por razones estrictamente políticas están interesados en generar desazón pueden pintar un porvenir insuperablemente aciago.
Sólo una derecha muy devastada puede anunciar catástrofes casi inevitables para tratar de revivir. En ocasiones lo hace a través de una rebeldía bien peinada que combina la angustia con la congoja, mostrando escenarios bucólicos de fondo; en otras, lo hace con rostros que asustan por su agresividad gestual y verbal y con más insultos que razones, con un uso del castellano que comprueba la dramática urgencia de la reforma educacional.
Sin embargo, es claro que el tema económico requiere un esfuerzo extraordinario de todos, sector público y privado, no podemos girar sin límites contra la cuenta de nuestra persistente responsabilidad económica, debemos crear un cuadro de colaboración entre todos los actores políticos sociales y económicos.
Como bien sabemos, la percepción societal de la economía es nerviosa y variable, vibra más acorde a las sensaciones individuales y colectivas que a los razonamientos sesudos y a las explicaciones técnicas.
Juicios y prejuicios basados en impresiones parciales pero cercanas se expanden con facilidad y se transforman en convencimientos y desencantos.
Por lo tanto, en períodos de dificultades económicas se requiere una sólida acción política gubernamental en la cual la gente crea y confíe, que evite la paralización en sus decisiones de consumo y genere una expectativa positiva de futuro, que esté convencida realmente de que la recuperación llegará.
Se necesita generar también confianza en quienes deben invertir para que lo hagan, de no ser así lo único que tenderá a crecer serán la crispación y el enfrentamiento.
Es claro que cuando las cosas se tensionan o hipertensionan no parece aconsejable ponerse a correr a gran velocidad y en diversas direcciones.
Más bien, se trata de calmar el juego, caminar acompasadamente, tener muy claro hacia dónde dirigirse.
El actual gobierno se ha propuesto reformas indispensables que se hacen más complejas en un contexto de bajo crecimiento, pero no debe renunciar a ellas.
No porque se puedan desilusionar ideologismos agudos de grupos y sectores que nunca encontrarán las reformas en curso suficientemente avanzadas, porque en verdad ellos no creen en el camino reformador y sólo suspiran por un maximalismo excitado y confuso.
Lo debe hacer porque el país requiere de una educación inclusiva, de calidad e igualitaria. Porque el sistema electoral actual no fortalece los procedimientos democráticos. Porque hay reglas laborales que no corresponden al mundo de hoy.
Es necesario, entonces, empujar al mismo tiempo la recuperación económica y las reformas y ello no es fácil, requiere gran pericia política.
Como nunca calza en la situación actual la frase de Max Weber “el político deber tener: amor apasionado por su causa, ética de la responsabilidad, mesura en sus actuaciones”.
Para lograr estas cosas se requieren inteligencia, aplicación, grandeza política y sentido de los tiempos y la oportunidad, pues las reformas requieren temporalidades diversas.
Sus costos sociales y políticos se pagan de inmediato, pero sus beneficios, que son su razón de ser, tienen tiempos más largos, apenas una pequeña parte son visibles en sus comienzos.
Vale decir, si lo haces bien el premio apenas lo verás, pero si cometes errores, la opinión pública tenderá a volverte la espalda.
¿Qué hacer, entonces, frente a tanta dificultad? Creo que la respuesta es Política, más Política, mejor Política, así, con P mayúscula.
Un proceso reformador en condiciones económicas difíciles requiere como contraparte una gran calidad de la acción política. Al fin y al cabo, el “triunfo político es la suma del sentido común y el liderazgo político”, como bien decía el entrañable político español Enrique Tierno Galván.
Quienes dirigen un proceso reformador en democracia, gobierno y coalición de gobierno, deben conducir con gran destreza, serenidad, completa ausencia de voluntarismo y plena concordancia entre práctica y retórica.
Deben saber avanzar, saber negociar, saber escuchar a la gente y entender sus razones e inquietudes, distinguir lo medular de lo accesorio, no enamorarse nunca de una fórmula o de un concepto para abrir camino a los cambios.
Deben dar tranquilidad al país, evitar los zigzagueos que desconciertan y, sobre todo, evitar las trifulcas vanidosas entre los suyos, las reyertas continuas, el paso de los abrazos a los insultos que provocan irritación primero y alejamiento después por parte de la ciudadanía.
No convienen los arrebatos de coraje, menos aún las sobreactuaciones personales para la fama, en territorio nacional o fuera del país que se expresen a través de tonos circenses y en los cuales la desmesura se combina con el ridículo.
En pocas palabras, hacer política en su sentido más noble: el de constituirse en el cemento que permite a una sociedad avanzar de conjunto hacia una realidad de mayor justicia en el respeto de su pluralidad.