Por René Jofré
En primer lugar, y salvo la brevísima “edad de oro” del rescate minero, el Gobierno se ha mantenido en un discreto tercio de respaldo de opinión pública. Pese a buscar de forma incansable el esquivo atributo de cercanía, esta realidad no le ha permitido gobernar con una adhesión parecida al resultado electoral que puso al Presidente Piñera en La Moneda.
Pero no es únicamente un problema de adhesión, sino de proyecto. En ese sentido, este gobierno se parece cada día más al de Alessandri, al menos en una parte del ciclo descrito por la historiadora Sofía Correa: gobierno de gerentes – protesta social – discurso defensivo – colapso político de la derecha. Sólo falta el colapso.
Un segundo factor, preponderante en el desarrollo de la crisis, ha sido la lucha sin cuartel -a veces soterrada, a veces abierta- entre el jefe del partido del Presidente y el propio Mandatario, lo que ha significado un costo altísimo, tanto para el Gobierno como para la coalición.
La sucesión también ha sido traumática en sus tres actos: la bajada de Golborne, la derrota de Allamand y el retiro de Longueira.
La puesta en escena para sacar a Golborne, candidato con buena sintonía popular, fue alabada por muchos como “una gran operación política”, pero fue un rito sacrificial innecesario que aún reverbera en quienes eran sus adherentes. La derrota de Allamand en las primarias también tuvo tono dramático, toda vez que se perfilaba como el más seguro ganador y perdió. El posterior entrevero con Lavín, aunque anecdótico, muestra el conflicto de siempre entre RN y la UDI, esta vez derivado, paradojalmente, de unas primarias exitosas en convocatoria.
Finalmente, el impacto, no solo político, sino anímico del retiro de Longueira instala un vértigo de vacío y permite dar legitimidad a cualquiera de las fragmentadas narrativas de la Alianza. A partir de ahí es que surge la interrogante acerca de qué y cuál es la derecha de hoy: ¿La nostalgia del conservadurismo republicano de Larraín? ¿El centro social de Lavín? ¿La frustrada “nueva derecha” de Hinzpeter? ¿La tecnocracia social de Felipe Kast? ¿El integrismo estilo Tea Party de José Antonio Kast? ¿El liberalismo que está fuera de la Alianza?
Las comisiones políticas de los partidos se han apresurado a dar una señal de unidad que no se parece mucho a un acuerdo de largo alcance. De lo que se trata es de “ganar tiempo” justo cuando no hay, pues la inscripción de candidaturas vence en apenas 28 días.
Un enfrentamiento de la dupla Allamand-Matthei puede, durante la campaña, profundizar la crisis. El ideal que promueve La Moneda de un solo candidato está en contradicción con la necesidad de los partidos de proteger sus posiciones parlamentarias. Las soluciones esbozadas por voceros que surgen espontáneamente, pese al esfuerzo de los líderes partidarios por contener la dispersión, se parecen a la peor elección en el dilema del prisionero: todos pierden en el intento de ajustar la realidad para hacer calzar al candidato.
Puede que la solución sea más simple: mirar hacia atrás, aprender de los errores y emprender de una vez la renovación pendiente de la derecha. Pero para ello falta mucho. Por ahora, la Alianza está presa del vértigo, que, recordemos, no es el miedo a caer, sino el deseo de saltar.