en El Mostrador
Los resultados de la elección municipal han sellado la suerte política del gobierno de Piñera. En su primera elección se confirma el dato de todas las encuestas: este es un gobierno minoritario que de acuerdo a los votos de la derecha a concejales no supera el 33 %, es decir un tercio del país. La derecha pierde en todos los índices, incluidos aquellos que ella misma había agregado a la lista: es minoría en alcaldes, es minoría en votos y concejales y pierde en territorio, número de habitantes gobernados por alcaldes de la alianza e incluso en las comunas más emblemáticas del país.
Se confirma un dato histórico: la derecha chilena tiene escaza capacidad de gobierno. De hecho, salvo el largo período dictatorial donde muchos líderes actuales de la derecha fueron parte del gobierno de Pinochet o lo apoyaron, la última vez que la derecha había gobernado el país, ganando en elecciones democráticas, fue con el Presidente Jorge Alessandri y tuvo que esperar más de 50 años para volver al gobierno.
Fruto de la derrota, Piñera ha debido introducir un apresurado cambio de gabinete para sacar a los Ministros Allamand y Golborne, que ya habían instalado hace mucho las trincheras de sus candidaturas presidenciales en sus ministerios, debilitando en extremo a un gobierno que aún tiene un año de gestión por delante.
Sin embargo, el cambio que expresa la caída del gabinete como resultado de la derrota electoral y el reconocimiento explícito del mal gobierno es la salida de Hinzpeter del Ministerio del Interior. Hinzpeter era el alma de la nueva derecha que representaba Piñera e incluso intentó formular un relato de lo que ello significaba. Quedó solo y fue derrotado en este intento por la derecha dura. Su gestión se trasuntó en un estilo de gobierno confrontacional, con nula capacidad de articulación y liderazgo político —que en verdad ni el Presidente le entregó realmente ni la UDI le permitió ejercer— ni con los partidos de gobierno y menos con la oposición.
El “señorito” Giorgio Jackson, como lo llamó despectivamente la Ministra Matthei, Camila Vallejo y las decenas de miles de jóvenes que marcharon creando una enorme imaginario cultural de legitimidad y un aire fresco que retumbó en el planeta, le pasaron la boleta electoral al gobierno y al sistema político en general más allá incluso del amplio triunfo obtenido por la oposición y cuyas cartas emblemáticas que ganaron se parecen mucho más, en estilo, amplitud y discurso, a estos jóvenes que a la gerontocracia concertacionista.
Hinzpeter no fue un jefe de gabinete con respiro político propio. No interlocutó con el Parlamento y las veces que fue a Valparaíso lo hizo para responder a acusaciones de los parlamentarios. Fracasó en la gestión de la seguridad pública, mantuvo una polémica permanente con los tribunales convencido que podía imponerles la acusación del caso bombas y las políticas represivas hacia los dirigentes mapuches, en su ministerio, emblema del nuevo modo de gobernar, asesores y jefes de servicios, defenestrados y enjuiciados en tribunales, aparecen involucrados en una colosal negociación de pagos de sobreprecios por la adquisición de material para combatir el narcotráfico. La guinda de la torta es la ineficacia que su cartera mostró en la entrega de los resultados electorales, lo cual incluso ha debilitado un sistema de entrega de cómputos, votos, electos y derrotados, del cual, en democracia, los chilenos nos sentíamos orgullosos.
La salida silenciosa de Hinzpeter del Ministerio de Interior, la imagen televisiva que muestra a un hombre cabizbajo, con la mirada extraviada, silente, derrotado y venido a menos políticamente, al cual se le encuentra un cargo, el de Defensa, casi como recompensa por su sacrificio, expresa la verdadera derrota electoral y política de Piñera, el fin de su gobierno que queda transformado en un gabinete, encabezado ahora por un UDI, para la ordinaria administración del país a la espera de las próximas elecciones presidenciales.
¿Qué explica este derrumbe del gobierno y de la derecha en las encuestas y, ahora, en el dato electoral crudo? Son muchos factores: el exitismo de un gobierno que generó expectativas superiores a su capacidad de realización, los conflictos de interés que ha marcado el inicio de su gestión, la crisis del futbol —Bielsa y la muerte de un sueño de grandeza futbolística largamente acariciado por los chilenos—, retrasos brutales en la reconstrucción, cero novedad de gestión en un gobierno que prometía una nueva forma de gobernar, la falta de un relato que estableciera un norte, la obsesión contra Bachelet y mucho más.
Sin embargo, el principal límite de este gobierno ha sido su incapacidad para comprender oportunamente que se producía un cambio de subjetividad en la sociedad chilena y que ello traía exigencias muy superiores de cambios, tanto al modelo político como al económico, que superan en mucho a las posibilidades que tiene una derecha neoliberal y conservadora de llevarlas a cabo. El gobierno ha sido víctima de la Plaza Tharir, del viento de cambio planetario, del ingreso de nuevas generaciones a las exigencias políticas. Es la víctima de las grandes movilizaciones del movimiento estudiantil. Allí se selló la suerte de este gobierno, cuando no dio respuestas a demandas que se transversal izaron en las familias chilenas.
La derrota del domingo 28 de Octubre, es la derrota de la intransigencia de un gobierno que defiende un modelo educativo caduco, que continúa lucrando brutalmente, que viola la ley y condena a la educación pública a un paulatino desaparecimiento. Es la derrota de la indolencia que provoca un enfrentamiento con varias generaciones de jóvenes que castiga al sistema político especialmente con la abstención, ejerciendo el no voto como un derecho, y que tiende, entre los más jóvenes, a una radicalización política mucho mayor a la postura de los líderes del movimiento del 2011 con los cuales el gobierno se negó a negociar.
El “señorito” Giorgio Jackson, como lo llamó despectivamente la Ministra Mathei, Camila Vallejo y las decenas de miles de jóvenes que marcharon creando una enorme imaginario cultural de legitimidad y un aire fresco que retumbó en el planeta, le pasaron la boleta electoral al gobierno y al sistema político en general más allá incluso del amplio triunfo obtenido por la oposición y cuyas cartas emblemáticas que ganaron se parecen mucho más, en estilo, amplitud y discurso, a estos jóvenes que a la gerontocracia concertacionista.
Es la derrota electoral la que precipitó la caída de Hinzpeter y la salida de Allamand y Golborne. Concentrándose en la campaña presidencial la derecha busca recomponer sus números en la ciudadanía. Sin embargo, los candidatos para proyectarse y legitimarse por sí mismos, deberán enfrentarse crudamente entre ellos, dado que representan estilos y convicciones distintas en una derecha que no tiene cultura de primarias, y después, el ganador, deberá competir con Michelle Bachelet que lidera ampliamente las encuestas. Lo que representa un verdadero círculo vicioso para la derecha es que sea Allamand que Golborne, tenderán a separarse cada vez más de un gobierno alicaído y sin futuro, deberán instalar un discurso muy crítico apareciendo casi como líderes opositores y con ello debilitarán ulteriormente al gobierno del cual provienen y terminarán sumiendo en una profunda soledad al Presidente Piñera en sus últimos meses “en la casa en que tanto se sufre”.