Por René Jofré en La Segunda
Median 50 años desde que Jorge Alessandri culminó su mandato hasta ahora, que Piñera termina el suyo. Alessandri intentó volver en 1970, pero no pudo. ¿Podrá retornar a La Moneda el actual Mandatario en 2017?
A juzgar por el ímpetu comunicacional del gobierno saliente, ese es su deseo. Es un impulso tardío, pero entusiasta, que sorprende, porque parece ser un diseño coherente y ordenado, con un estilo más suelto, factores todos que fueron deficitarios durante su mandato. En cada salida, el cambio de percepción de la realidad, si bien no se logra imponer, algo se modifica. Esto ocurre no exento de la tan característica ansiedad del piñerismo por mostrar logros no siempre en coherencia con lo real. Pero ganas de mostrarse sobran. “Lo hemos hecho muy bien, sépanlo”, parece ser el mensaje.
Entretanto, la derecha tradicional sigue de vacaciones y la Nueva Mayoría está vuelta sobre sí misma en los asuntos previos a la instalación del gobierno. En ese clima, el piñerismo exprime al máximo los últimos días. El gobierno saliente ya no es aquel Ejecutivo asediado por el movimiento estudiantil, ni esa administración capturada por los sectores más conservadores de la Alianza, aunque tampoco es el coro exultante del rescate minero. El batallón que avanza es una mezcla del entorno cercano al Presidente, restos de lo que quiso llamarse la “nueva derecha”… y Andrés Chadwick.
Probablemente, esta fase del gobierno se inició en septiembre de 2013. En esas fechas, en una actitud fríamente pragmática, se dio por perdida la elección presidencial y el sector más cercano al Presidente se enfiló, ahora sí libre de ataduras, a abrir un espacio propio en las diezmadas filas de la Alianza. Dicho período ha durado hasta hoy.
Hubo dos fases previas. Una se desarrolló desde la instalación del gobierno hasta el rescate minero, que fue un período caracterizado por la búsqueda de la eficiencia máxima, de la epopeya ingenieril, tan propia de los gobiernos de signo conservador. Pero también prevalecieron los excesos verbales y una mala manera de encarar la legitima lucha por la sucesión presidencial.
Siguió a ello la movilización callejera, que impuso la percepción de un gobierno permanentemente en crisis. Menos por causa de una oposición eficaz e irreductible, sino que producto de los propios problemas en el manejo de las crisis. Dicha fase estuvo caracterizada por la incapacidad de gestionar un conflicto que se leyó como transitorio, pero que terminó dando un giro definitivo a cómo se entendía la política del país.
Pero hoy, resuelta la disputa electoral, agotados los barones de la derecha en sus reyertas, con una oposición más ensimismada en la instalación que en contrarrestar esta fase comunicacional, y con movimientos sociales a la espera de lo que viene, el piñerismo ha visto despejado el camino, aunque sea por pocos días.
Atrás quedaron los magullados líderes de la Alianza. Derrotados electoralmente Matthei en la presidencial, Allamand en las primarias y Golborne en la senatorial, Longueira fuera de la cancha y Lavín a la baja, Piñera parece haber quedado solo en el campo, mirando hacia el 2017.