La reivindicación de la política

Columna de Felipe Harboe, publicada en eldinamo.cl

Pasan los días y el movimiento estudiantil se encuentra vivo y dispuesto a seguir con sus reivindicaciones. Como contraparte, observo un gobierno que no logra comprender la magnitud del movimiento y la profundidad de sus demandas y por si fuera poco, personajes del oficialismo que se dan el lujo de usar tonos descalificadores y agresivos. Así, hemos escuchado declaraciones destempladas e irresponsables que por ejemplo, han calificado como “inútiles y subversivos” a quienes lideran o adhieren a dicho movimiento, pareciendo que lejos de aportar al debate y búsqueda de soluciones, quisieran contribuir a fomentar un clima de confrontación y descalificación. O quizás, a generar la sensación de que en este conflicto existen “buenos y malos”: nada más lejos del sentido de la política.

La semana pasada los medios de comunicación informaban de un gran operativo preventivo de seguridad debidamente planificado por el ministerio del interior, el Alcalde de Santiago y los mandos zonales de carabineros destinado a resguardar la tranquilidad de la marcha estudiantil. Y así fue hasta el final de la masiva convocatoria donde un grupo de infiltrados generó incidentes que fueron transmitidos en vivo y en directo por la televisión. Las imágenes eran atemorizantes y hacían pensar que Santiago entero estaba colapsado. Esta vez los afectados fueron los vecinos y residentes de la comuna. Familias guarnecidas en sus hogares por temor a saqueos, edificios desvalijados y automóviles quemados por una turba delictual marcaban la jornada. El triste espectáculo revelaba simultáneamente la profunda rabia que algunos llevan contra el sistema y el estrepitoso fracaso de un operativo de seguridad que no sólo no logró controlar a una minoría violenta y destructora sino que marcó la jornada más violenta en mucho tiempo. Resultado: de la reivindicación de la educación pública ya no se habló durante el día. De la vigencia del movimiento estudiantil y de los miles de jóvenes que marcharon pacífica y creativamente expresando sus demandas para terminar con la desigualdad y el abandono a la educación pública, nada se vio.

Pero que nadie se confunda: manifestación no es y no puede ser sinónimo de violencia, ni protesta de agresión. Tampoco lo son diferencias con descalificación. Disentir es parte de la dinámica de la democracia, pues implica reconocernos y explicitarnos como legítimamente diferentes en un espacio común.

El movimiento estudiantil, los profesores, la política en su conjunto y los ciudadanos merecemos respeto, cuidado y garantías para un diálogo inclusivo. Y así como condené de inmediato la cobarde acción de poner en las redes sociales datos personales de Camila Vallejo con el fin de amedrentarla en su rol dirigencial, hoy levanto la voz para condenar sin ningún tipo de miramientos la violencia, que es causada sin dudas por grupos minoritarios y que junto con afectar a terceros inocentes sirven de excusa para quienes pretenden afectar la legitimidad de las marchas como forma de manifestación.

La situación no es nada de fácil, la reivindicación estudiantil ha despertado a quienes se sienten agredidos por un sistema excluyente, abusados por los grandes del mercado y no representados por su sistema político. Aquí se han unido angustias, decepciones, impotencias y mucha rabia por la injusticia social de nuestro país.

La magnitud del descontento debe ser comprendida y asumida por los gobernantes y los llamados a conducir hacia una salida que dé cuenta de esta nueva fuerza y sus reivindicaciones es respecto de quienes estamos en la vida política. No esperen que venga un empresario a salvar la situación, ni que un iluminado nos diga qué hacer: esta es tarea para todos aquellos que entendemos el sentido republicano de la palabra democracia. Estamos siendo llamados a articular los acuerdos necesarios para canalizar las demandas sociales institucionalmente y materializar las reformas necesarias para enfrentar esta nueva sociedad y sus nuevos desafíos. Pero ojo, ello está lejos de confundir entendimiento con sumisión o renuncia a nuestro rol opositor y representantes ciudadanos. No hay democracia sin oposición, pues lo que permite la generación de acuerdos es primero el reconocimiento de la diversidad, de las diversas posturas, dando espacio a ellas es que se previene el autoritarismo o la aplicación mecánica de medidas tecnocráticas.

Más allá de los hechos en nuestro país, es evidente que hoy las sociedades en el mundo están enfrentando profundos procesos de cambio donde las estructuras tienen que adaptarse a las nuevas realidades y necesidades. Tradiciones y mecanismos que hasta ahora operaron sin mayores cuestionamientos, hoy son puestos en duda por los pueblos que a través de sus propuestas expresan, más que la necesidad de reformas parciales, nuevos paradigmas. Esto ya sea para la política, su forma de representación y participación; para el modelo económico y la urgente necesidad de generar condiciones de igualdad y oportunidades; o para una educación de calidad para todos que no se funde en su actual concepción economicista y excluyente.

Nuestra democracia requiere evolucionar para ser fiel a su más profundo sentido. Y quienes ejercemos roles en la política y creemos tanto en lo público como en lo colectivo, tenemos la responsabilidad de escuchar y actuar en concordancia con el mensaje que la ciudadanía nos envía. La situación es compleja, es cierto, pero da una gran oportunidad para revitalizar el sentido profundo de la política, que debiéramos tomar impulsando un proceso que canalice institucionalmente estas demandas ciudadanas. Condición para ello es que “los políticos” actuemos en consecuencia y no evitemos temas por complejos o incómodos que parezcan, pues en la revisión y generación de cambios estructurales del sistema, está el camino para que éste sea valorado y validado por la ciudadanía en su conjunto. Sólo así estaremos ejerciendo íntegramente el rol para el que fuimos elegidos y podremos conducir y ser parte de la construcción de una salida seria, responsable y perdurable en el tiempo, no solo para los desafíos actuales en educación, si no para los que vengan por delante.

No le temamos a las diferencias, al conflicto ni al imparable proceso de cambios –por estructurales que sean- que enfrentan Chile y el mundo. Pero con la misma fuerza, no avalemos la violencia como medio para generarlos. En Chile se vivió en el pasado reciente un periodo de violencia y abusos que la gran mayoría condenamos y no queremos reeditar. Urge para ello reivindicar la auténtica actividad política, que no es sino el espacio de diálogo por excelencia que da garantías a todas las partes y acoge a las diferencias en pro de un camino de transformaciones donde los ciudadanos y su bienestar en familia y sociedad sean el centro de nuestra política pública.

Imagen: ramonfarias.cl

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