A los 33 se casó nuevamente, pero con una lección aprendida: las tareas debían repartirse “fifty-fifty”, desde el gasto económico y los maestros, hasta el supermercado y la cuenta del gas. Aquí revelamos un retrato íntimo de la poderosa subsecretaria de Economía.
Por María Cristina Jurado. Fotografías: Sergio López I.
-Más que ambiciosa, soy valiente. Valiente, porque he tomado todas las oportunidades que la vida me ha dado, he aceptado todos los desafíos, me he lanzado cada vez al agua sin mirar mucho la piscina. Tengo coraje, no me achico. Así he ido creciendo.
Katia Trusich Ortiz, 43 años, los ojos castaños le sonríen mientras se acoda en la gran mesa de comedor de su madre uruguaya. Nadie que la viera pensaría que, detrás de su mirada plácida, enfrenta día a día los desafíos y problemas de una subsecretaría clave, como la del ministerio de Economía.
Pero en esta casa de La Dehesa que no es la de ella -al pasar de las horas, revelará cómo, desde que su segundo marido, el senador PPD Felipe Harboe, acumuló un cerro de amenazas de muerte mientras era subsecretario del Interior, en el primer gobierno de Bachelet, decidieron nunca más mostrar la suya, en el mismo barrio- esta abogada de la Universidad de Chile, madre de tres niños, Emilia de 14 años (hija de su primer matrimonio con Jaime Solari, hermano de Ricardo, actual presidente del directorio de TVN), Diego (de 8 años) y Ángela (de un año), ex gerenta general de multinacionales y ex jefa de gabinete en Economía, reflexiona sobre sus propias palabras:
-Soy valiente, pero nunca arrojada. Yo pienso lo que hago.
Así también debió haberle ocurrido cuando la Presidenta Michelle Bachelet la llamó, este verano, para ofrecerle el cargo de subsecretaria de Economía. Tuvo que contestar en una hora.
-Lo pensé rápido porque mi vocación de servicio público siempre ha sido muy fuerte. Era también renunciar a muchas cosas, hacer sacrificios, yo y toda mi familia. Porque mi ingreso iba a disminuir a la mitad; como subsecretaria gano el 50% de lo que ganaba en el mundo privado. Ha valido la pena.
-Pero, en cualquier caso, es fuerte renunciar a ganar el 50% del sueldo.
-Mira, yo era gerenta general de un laboratorio internacional para Chile, Perú y Ecuador. Para aceptar estar en el gobierno, tuve que asumir que iba a ganar la mitad. Y lo asumí contenta. Francamente, estuvo bien. Yo, como que ganaba demasiado.
-Es inusual decir eso.
-A mí me criaron pensando que no era tabú hablar de dinero. Mi vocación de servicio público pudo más y ha sido muy valioso. Yo a mis hijos les he hablado de plata desde que nacieron, les enseño a ahorrar, a conocer el valor del dinero. Mi sueldo anterior era demasiado, porque con el actual, no tuvimos que hacer ajustes ni recortes. Obvio que disminuyeron los ahorros e inversiones familiares y eso es un sacrificio. Pero la causa lo vale.
-¿Cómo explica que su ministro, Luis Felipe Céspedes, según la CEP, sea uno de los menos conocidos en el país? Se la ubica más a usted…
-(baja la vista y piensa). Yo veo la agenda del ministro todos los días y sé que él hace su parte y su mejor esfuerzo. Sale a terreno, viaja por Chile, se mueve y trabaja. Pero Economía es un sector de un perfil más técnico. Un sector más difícil.
Una marca de fuego
Ya es mediodía y, con nostalgia, Katia Trusich se desliza, imperceptiblemente, hacia el terreno de su infancia y adolescencia. Habla concentrada. Su niñez y los años que siguieron fueron para esta abogada con expertise medioambiental, una época de aprendizaje. Creció con dos países entreverados en su corazón: Chile y Uruguay.
-Eso de ser matea y autoexigente me viene de mi crianza. Mi mamá, que es uruguaya, se separó muy joven de mi papá -yo tenía un año y medio y fui la única hija del matrimonio- y nos fuimos a vivir con mis abuelos maternos en Montevideo. Ellos fueron una presencia muy marcadora, a la antigua, él era un abogado español que había estado preso en la guerra civil española por ser dirigente socialista. Crecí, con mucho rigor y disciplina, escuchando historias dolorosas de inmigrantes que no tenían nada, habían perdido todo, hasta el alimento. Historias de hambre, de desarraigo, de familias destruidas. Eso te marca y nos marcó a todos: me criaron con relatos de desarraigo, también sobre mi abuelo paterno, que venía de una Croacia en guerra y murió antes de yo nacer. Crecer con inmigrantes que lo habían pasado tan mal en la guerra fue determinante para mí. Viendo lo importante que eran para mi abuelo abogado, las leyes, la justicia, lo correcto, decidí más tarde estudiar Derecho. Me hace mucho sentido como una forma para impedir abusos e injusticias. Desde que nací escuché lo importante que era la paz, por eso desde chica fui muy conciliadora, eso me ha servido en mi trabajo.
Antes de sus diez años, su madre se casó de nuevo con un chileno. Trusich sintió que el mundo se le daba vuelta: tuvo que dejar Uruguay y venirse a Chile. Para ella fue difícil. A sus nueve años este éxodo le significó un amargo desarraigo, que la hizo recordar el de sus antepasados.
Un desarraigo cuyo sabor, hoy, a sus 43, la subsecretaria de Economía no olvida.
La matricularon en el colegio The Grange. Era el debut de los años 80 y la niña se integró a un establecimiento donde aprendió “a competir en buena lid. Como no había distinción entre hombres y mujeres porque nos educaban como a iguales, siempre tuvimos las mismas oportunidades. Fue un aprendizaje para la vida: solo cuando entré al mercado laboral me di cuenta de que el género sí importaba”.
A pesar de que el colegio hizo esfuerzos por integrarla, se volvió solitaria y meditativa.
-Fue doloroso porque en Uruguay quedaron mis papás, mis abuelos, que siempre adoré. En ese tiempo no había tantas comunicaciones para sentir que uno estaba cerca, era una distancia larga. Los primeros años fueron solitarios. Creo que me refugié en los libros, en el estudio para compensar. Mi necesidad de integrarme, de entender este nuevo país al que me habían traído me hizo refugiarme en los libros. Terminé siendo la mejor en Historia de Chile.
Mientras nacían sus dos hermanas -hijas de su madre con su nuevo marido- Katia comenzó a viajar en los veranos. Ya desde los nueve y diez años se subía al avión sola para volar desde Santiago a Montevideo, allá la esperaban su papá y sus abuelos maternos. “Esos vuelos eran divertidos, yo me sentía grande, me hacía amiga de las azafatas, y, conocía a gente en los aeropuertos. Pero las despedidas eran muy duras porque el resto del año no volvía a saber nada de mi familia en Uruguay. Creo que ese desarraigo, que fue tan doloroso, me hizo fuerte e independiente”.
El éxodo familiar siguió. Cuando Katia, ya integrada al sistema nacional y con amigos chilenos, cumplió 18 años, el marido de su madre jubiló. La familia decidió hacer un cambio de vida, evoca ella, y se fueron al sur de Chile para dedicarse a la ganadería. Al principio, solo viajó el matrimonio y la abogada permaneció en Santiago con sus dos hermanitas. Pero pronto, en cuanto encontraron un campo que les convenía, partieron todos. Ella quedó sola en Santiago. Cruzaba el final de su adolescencia:
-Mi mamá y el resto de la familia vivieron veinte años en Linares, en Temuco y finalmente, en Chillán. Yo me quedé acá, en un departamento, sola. Al comienzo fue muy duro porque no tenía más lazos familiares en Chile. Me acuerdo que, en una de sus visitas, mi mamá me regaló una perrita para que no me sintiera tan sola. Esa fue mi primera perrita de exposición y con ella comencé mi criadero.
Crió perros por varios años, se convirtió en experta. Los hacía competir en exposiciones, les conocía las mañas. Compraba, criaba, vendía. Se hizo conocida en el ambiente canino, no había cumplido veinte años. Mirándolo en retrospectiva, Katia Trusich dice, de nuevo, que la salvó su valentía. Su familia pagaba los gastos del departamento y sus estudios, pero ella, con su negocio, solventaba todo lo demás.
De alguna manera, estaba sola.
Hasta hoy se rodea de perros de raza -su marido, Felipe Harboe, también ha sido criador- y en su casa tiene varios pastores alemanes. Le recuerdan su juventud, su soledad y la fuerza que tuvo para reconstruir su vida.
Una pareja fifty-fifty
-Felipe es el amor de mi vida. Es mi amigo, mi cómplice, mi marido, mi amante, mi compañero. Tenemos una relación increíble que no mengua con los años: vamos a cumplir diez de matrimonio y todavía nos echamos de menos como adolescentes. No logramos aún encontrar ese punto en que uno pide “un poquito de independencia, un poquito de espacio para hacer mis cosas”. Nosotros no, somos muy pegados, nos coqueteamos, pololeamos, y ahora que él está lejos, como senador en Bío Bío Cordillera, cuando vuelve los fines de semana, rechazamos toda vida social. Queremos estar solos, con nuestros niños. El mejor panorama es ver una película en cama comiendo cabritas.
Se entusiasma la subsecretaria de Economía: Felipe Harboe, su marido desde el 8 de enero de 2005, es su punto débil:
-Encontrarnos fue una suerte para los dos. Felipe es un gallo generoso, una maravilla de hombre. Él era soltero y yo me había separado de mi primer marido y padre de mi hija mayor Emilia, Jaime Solari, con quien aún somos cercanos.
Solari, ingeniero civil en Minería, y con quien Katia estuvo casada dos años, se mantiene como amigo de la familia Harboe-Trusich. Padre atento de Emilia, todos los miércoles lleva a su hija y a su hermano Diego Harboe al colegio The Grange, donde ambos estudian. Su ex mujer habla de él con cariño, para ella, quien vivió en carne propia la soledad, mantener vínculos es tarea diaria. Con sus cuatro medios hermanos -dos en Uruguay, dos en Chile- se ve regularmente. Ella se ha preocupado de que todos se sientan como una sola familia. Explica:
-Jaime está siempre cerca, es un gran padre de Emilia, nos colabora mucho, igual que el resto de su entorno. Con él no resultó, pero nunca he sentido ese matrimonio como un error: él es una estupenda persona. Cuando nos separamos, pasando los primeros momentos que fueron difíciles, yo me propuse que siguiera siendo parte de nuestra vida.
El senador PPD es nueve meses menor que ella (“digamos que cuando yo gateaba, él nació”, ríe) y es el padre de sus hijos Diego y Ángela.
A Harboe Katia le rayó la cancha desde el primer mes en que se fueron a vivir juntos:
-En mi primer matrimonio saqué una lección: aprendí que el significado de pareja era “parejo”. Con Felipe lo he aplicado, pero claro que no fue tan fácil al principio.
Katia Trusich, ordenada y práctica, elaboró una lista de todas las tareas domésticas, todas las cuentas y todas las obligaciones de la casa que compartían. No faltó nada, ni siquiera la comida del perro. Una lista fifty-fifty, desde el gasto económico y los maestros, hasta el supermercado y la cuenta del gas.
Después, la partió en dos. Recuerda, divertida:
-Le dije que ahí estaba su mitad de la lista. Que todo lo que le tocaba era su responsabilidad. Una noche se cortó la luz, la Emilia era chiquitita. Llegó él y me preguntó que por qué no había luz. Me encogí de hombros y le contesté: “No tengo idea, porque la luz está en tu lista, no en la mía”. Se había olvidado de pagar. Y estuvimos unos días oscuros, pero yo no moví un dedo. Así él entendió para siempre. Hasta hoy tiene que cumplir su lista desde Chillán.
-Usted y su marido no muestran su casa a ningún precio.
-No, eso nos quedó de cuando Felipe recibió amenazas de muerte y nos tuvieron que poner un punto fijo en la puerta y andábamos con escolta para todos lados. Fue muy fuerte, pero yo entendí que era parte de su exposición pública y siempre lo he apoyado en su carrera política. No mostramos la casa pero no perdemos de vista que Chile es seguro: cuando era gerenta general de Genzyme, viajaba a otros países y me recibían con auto blindado y escolta permanente.
La cultura
del machismo
Trusich recuerda una anécdota que ha forjado su manera de ver el mundo. Después de haber sido gerenta general de un consorcio americano-noruego, la Pesquera Yelcho -un terreno de hombres, aunque la pega se la ofrecieron a ella, que tenía 26 años y trabajaba en Carey- y de una multinacional, se le acercó un empresario quien le dijo: “He seguido tu perfil cabra, te ha ido bien. Claro que es porque te ha tocado ser gerenta de empresas extranjeras. Con jefes chilenos… ¡jamás habrías llegado tan alto!”.
Se incendia con el recuerdo:
-Ese empresario tenía un punto, pero igual me dio mucha pica. Que las mujeres no asciendan en Chile es culpa del machismo imperante y de la casta empresarial. Yo decidí ese día que iba a trabajar el resto de mi vida para que a mis hijas no les pasara lo mismo.
Después de ser gerenta general en la pesquera, su carrera escaló y se diversificó porque Trusich, si bien es abogada, siempre ha estado interesada en temas medioambientales, de innovación y de ciencia. Para ella, el derecho no se limita a las puras leyes, lo aprendió con su abuelo abogado en Montevideo:
-A mí, desde Yelcho, me quedó la inquietud medioambiental, siempre vi el medio ambiente como una disciplina capaz de interactuar con otras que me interesan mucho. Soy una apasionada de la ciencia, de la innovación. Así he ido avanzando, siempre aprendiendo.
-En esa época trató de dar un ejemplo de género desde una gerencia general ¿no?
-Mira, ese empresario que me dijo que en Chile no habría llegado lejos, tenía razón. Las cifras hablan por sí solas: menos del 6% de las chilenas son gerentas generales hoy y apenas un 3,4%, directoras de empresas. Hay un brecha de 30% de incorporación femenina a la fuerza laboral, esto tiene que cambiar. El país está perdiendo en productividad y competitividad. Por eso, impulso una agenda de género en el Ministerio de Economía, para que en las empresas públicas haya un 40% de mujeres representadas al término del período de la Presidenta. También en los segmentos de emprendimiento y, sobre todo, en las cúpulas. Porque las mujeres con poder suben a mujeres con poder a cargos directivos. Y yo creo en la ley de cuotas. Los cambios culturales a veces hay que forzarlos.
-Y usted, ¿es una persona política? Ha tenido altos cargos en el sector privado, pero también en el público, como ahora.
-Mira, te soy franca. Yo, donde esté, voy a hacer mi mejor esfuerzo. Busco la excelencia en mi trabajo, siempre lo he hecho, soy matea, estudiosa, me preparo hasta para la reunión más pequeña. Pido minutas, estudio, leo, transcribo. Vivo dando examen todos los días. Me gusta mucho aprender. Siempre fui así, desde el colegio y para qué decir en la Universidad de Chile. Ser matea es como una marca de fuego. Me viene de mi infancia.