La ciudad como oportunidad

Por Carolina Tohá

Por tanto, los temas urbanos debieran ser una prioridad de la agenda, pero nunca ha sido así. Santiago cumplió 474 años, pero en realidad tiene muchos más. Pueblos originarios vivieron en este valle hace 14.000 años y conformaron sociedades asentadas mucho antes que llegaran los españoles. Estos orígenes han sido poco asumidos y valorados a lo largo de la historia. Esto explica, en parte, lo difícil que ha sido para nuestra ciudad desarrollar una identidad propia y asumir su diversidad como un atributo en lugar de un problema.

Un tiempo estuvo de moda decirle Santiasco a nuestra ciudad. Generaciones anteriores escucharon que lo único bueno de Santiago era la arquitectura de inicios del siglo pasado que emulaba las capitales europeas. Los más jóvenes, por su parte, han visto cómo ricos y pobres se alejan siempre más; unos, cada vez más arriba en la cordillera, otros, cada vez más abajo en la periferia. Todas estas perspectivas se parecen en cuanto a generar poco apego y sentido de pertenencia con nuestra ciudad. Santiago tiene enormes desafíos y tensiones, es altamente segregada y está dividida por odiosas fronteras simbólicas. Pero, con todo, es una ciudad maravillosa, con un emplazamiento geográfico excepcional, que deja con la boca abierta a los visitantes y que los locales muchas veces ni siquiera notamos. Con un sincretismo cultural y urbano que es único y que constituye una identidad profunda que recién estamos valorando, Santiago ha sido  destacada por ser una de las capitales más atractivas turísticamente y más seguras en Latinoamérica. Muchas veces los santiaguinos nos reímos de esos rankings porque nos vemos mucho peor de cómo nos ven. Ya es hora de cambiar esa mirada y comenzar a ver la ciudad como una oportunidad y un recurso valioso. No para volvernos conformistas y conservadores, porque necesitamos muchas transformaciones y nuevas políticas públicas que enfrenten deudas ambientales, sociales y patrimoniales. Esos cambios no van a suceder porque reneguemos de Santiago, sino porque aprendamos a querer y cuidar nuestra ciudad. Aprendamos que vivir en ella es convivir con su diversidad.

La ciudad puede hacer más de lo que nos imaginamos por construir un país mejor. Puede hacer mucho contra la desigualdad, por la cultura. Es un recurso único para lograr desarrollo sustentable. Es un escenario excepcional para construir nuevas formas de participación ciudadana. ¿Cómo sería Chile si en Santiago y en todas las ciudades apostáramos en serio a revertir la segregación y no hiciéramos más vivienda social en las periferias, sino en las zonas centrales? ¿Cómo sería la vida en las grandes ciudades si las políticas públicas privilegiaran el transporte público en lugar del auto privado? ¿Si tuviéramos políticas para revitalizar el patrimonio? ¿Y si nos pusiéramos metas para reciclar la mayoría de nuestros desechos de aquí a 10 años?

Esos cambios son posibles, son necesarios. Su viabilidad depende de que situemos a nuestras ciudades, no sólo a Santiago, como un eje de la construcción del país. Y que nuestro tradicional patriotismo sea complementado por un sano amor a nuestras ciudades, porque en ellas está gran parte de nuestra historia y de ellas depende lo que construyamos en el futuro.

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