Por René Jofré
La amplitud del mensaje y lo que éste representa para la sociedad significará que sea mayor o menor esa porción electoral.
Esto lleva, a su vez, a que surjan debates sobre temas de fondo acerca de los cuales se toman posiciones que dan lugar a contrastes: entre posiciones conservadoras y liberales, o en torno al eje izquierda/derecha. También hay temas transversales que rompen esas lógicas e intentan proponer nuevos clivajes. Respecto de cada uno de ellos, las candidaturas toman posición y esto es más nítido en elecciones con voto voluntario que en los sistemas donde el voto está cautivo.
Se ha dicho que el mayor contraste entre Pablo Longueira y Michelle Bachelet podría polarizar la campaña, que llevaría a una confrontación entre una derecha dura y una izquierda del mismo tono. Que se competirá por quién seduce a los electores con propuestas más “de izquierda” o populistas. Lo cierto es que el tono y los temas de la campaña ya fueron definidos en las primarias. Y fueron definidos así porque ha habido en los últimos años en la sociedad chilena un debate acerca de estos asuntos.
De ellos, el primero es el abuso, a partir de la percepción que se fue instalando respecto de quienes se considera tienen mayor poder y privilegios que el común de los ciudadanos. Este abuso apunta al campo de la economía, pero también se percibe fuertemente en la política y en otras instituciones de la sociedad. Por ello, parece sensato que existan mayores regulaciones y límites en áreas donde parece no haber ninguno, o en otras en que se aprovechan resquicios legales o del sistema para mantenerlos. La mayoría de las candidaturas se ha pronunciado al respecto.
En educación, no es la campaña la que ha puesto el tema, ni siquiera este gobierno o el anterior, sino los propios estudiantes y, en menor medida, padres y apoderados, que en 2006, y con mayor fuerza y perseverancia en 2011, han denunciado que el modelo educativo chileno naufraga. Es cierto que sobre este tema no hay un consenso tan extendido como en el anterior, pero nadie niega que el sistema actual no puede mantenerse por mucho tiempo como está. Parece sensato que uno de los mayores bienes de una sociedad pueda ser objeto de reformas de fondo tras un debate democrático respecto de que es lo mejor para el país.
Lo mismo en las reformas políticas. La primera, la del sistema electoral que se usa para elegir el Congreso. Casi todos los sectores políticos, la academia y los centros de estudio se han pronunciado respecto a ello: es necesario cambiar el binominal, que día a día socava la credibilidad de la política, ya que permite protecciones y blindajes a determinados candidatos, y lleva a un punto cercano a cero la competitividad electoral. Aquí, en lo que se difiere es en el grado de la reforma, no en su necesidad.
Es en la necesidad de una nueva Constitución donde se encuentran las mayores diferencias. De nuevo, probablemente más respecto del método que de la necesidad. Parece indispensable sintonizar nuestra ley máxima con la sociedad de hoy.
Ninguno de estos temas implica que la campaña se haya “izquierdizado”, simplemente porque son temas que toda democracia que evoluciona requiere debatir.