De la Concertación se ha dicho que hay que ampliarla, cambiarle nombre, matarla, enterrarla y hasta “suicidarla”. Sin embargo, conformar un nuevo referente no dependerá de lo estruendoso de las palabras que se utilicen, sino de la capacidad de hacer una nueva síntesis de ideas y actores que lo ponga en sintonía con el país de hoy.
Los problemas de la Concertación no vienen de una ruptura entre sus aliados. La mayoría piensa que el entendimiento entre el centro y la izquierda es una necesidad. Sin embargo, las ideas y las formas que deben cimentar ese entendimiento deben ser distintas y los actores que concurren deben ampliarse. Son tres los cambios que debemos asumir para hacer una nueva coalición.
Primero, participación. La suma y el entendimiento de los partidos políticos ya no es suficiente para representar a los sectores ciudadanos que históricamente han apoyado a la Concertación. Cuando ésta partió, la gente estaba dispuesta a traspasar a los partidos la decisión de una gran cantidad de asuntos y apoyaban sin chistar la definición de candidatos, las negociaciones y el establecimiento de prioridades programáticas. Hoy es distinto y un nuevo conglomerado tendrá que transparentar sus formas de decisión, objetivar los criterios con que las toma e incluir a los ciudadanos en ellas. Podríamos adaptar el ejemplo del Frente Amplio uruguayo, que cuenta con instancias colectivas de decisión que incluyen partidos, movimientos y representantes ciudadanos electos para definir colegiadamente las cuestiones fundamentales.
Segundo, apertura. Los cuatro partidos actuales no pueden ser un círculo cerrado y se requiere una invitación amplia a nuevos integrantes. Un conglomerado más diverso debe permitir grados de participación variables, especialmente si se considera la inclusión de aliados de diverso tipo: partidos políticos nacionales, otros regionales, movimientos ciudadanos, grupos temáticos.
Los cuatro partidos actuales no pueden ser un círculo cerrado y se requiere una invitación amplia a nuevos integrantes. Un conglomerado más diverso debe permitir grados de participación variables.
Por último, el proyecto: la norma del mínimo común denominador ya no basta. La Concertación partió como un encuentro de fuerzas muy distintas del centro y la izquierda, y con el tiempo fueron quedando en evidencia las áreas de acuerdo y de disidencia entre los aliados. Los gobiernos tuvieron el tacto de acotar su agenda, evitando conflictos que debilitaran su base de apoyo. A la larga, todos sabían cuáles eran las áreas de entendimiento y cuáles no, y los partidos aliados jugaban “de memoria”. Los temas conflictivos fueron quedando de lado y la convergencia de identidades diversas fue reemplazada por una identidad transversal más estrecha, con silencios y generalidades en las áreas sin consenso como educación pública y tantos más.
Todo indica que para volver a ser mayoría hay que cargar de contenido e identidad a las partes y, sobre esa base, construir una nueva síntesis. Ello requiere una cultura de coalición compatible con la diversidad programática, el debate y el concurso de ideas ante los ciudadanos. Ojalá en la reunión que mañana tendrá la Concertación estas ideas sirvan para que salgamos del lenguaje funerario y comencemos a pensar en lo que queremos construir. Quizás eso es lo que la gente nos está pidiendo con su descontento.
Columna publicada en La Tercera