Identidades y maniqueísmo

Por René Jofré, en La Segunda

En dicha elección, mientras las fuerzas oficialistas se atribuían una victoria porcentual, la oposición se vanagloriaba de tener un incremento en el número de alcaldías y conquistar ciudades importantes.

Pero el dato más importante para las fuerzas opositoras era una nueva derrota de Henrique Capriles. Efectivamente, así como la muerte de Chávez —dueño de un innegable carisma, una arrolladora personalidad y un ego que limitaba con lo mesiánico— produjo una crisis en las fuerzas de gobierno, las sucesivas derrotas de Capriles han tenido un efecto importante en la lucha por la conducción política de la oposición.

A partir de la crisis del liderazgo electoral, una parte de la oposición ha elegido un lugar distinto a las urnas como campo preferido de batalla política. Liderazgos de mayor dureza lo han ido aventajando.

Lo de Chávez siempre tuvo un componente personalista relevante: carisma, culto al personaje, invocaciones a Dios, lenguaje sobrecargado, propaganda reiterativa. Incluso, el partido que era su base de apoyo es una construcción política diseñada a la medida del fallecido ex militar. Como se ha dicho, en el proceso que tuvo como líder a Chávez el diseño de una coalición política que sustentara un proyecto institucionalizado de largo aliento no tuvo lugar. El “chavismo” siempre fue más importante que el PSUV. Ese factor, en parte, explica los problemas actuales de conducción en el seno del oficialismo venezolano.

Nicolás Maduro ha preferido una estrategia de emulación de Chávez más que generar algún tipo de proceso institucional para una corriente política que, sin su personalidad fundadora, tiene razones para sentirse a la deriva y problemas evidentes para conducir la crisis. Es probable que no tuviera otro camino, ya que a pesar de las críticas al “chavismo”, su base popular de apoyo es el sostén del actual Presidente.

Esta doble crisis de identidad, en el oficialismo al pasar de Chávez a Maduro y en la oposición, al instalarse una lucha por el liderazgo, explica bastante que la refriega callejera se impusiera con sus lamentables y condenables consecuencias. La crispación política y la confrontación abierta dominan el escenario.

Lo ocurrido en Venezuela, la criminalización de la protesta, la generación de un clima de caos y acusaciones de violación a los derechos humanos —responsabilidad del gobierno según unos, inducido para generar inestabilidad según los otros—, produce un debate también en nuestro país, dadas las inevitables reminiscencias que dichas imágenes representan en el inconsciente colectivo de Chile.

Mientras, hay quienes quieren ver lo que ocurre en Venezuela como la consecuencia de una conspiración para desestabilizar al gobierno, otros quieren generar una lectura única de “batalla por la libertad” ante un gobierno que estaría representando una democracia autoritaria. Cambiar esas lecturas maniqueas por un enfoque que ponga en el centro los derechos humanos debiera ser la preocupación principal de los partidos, más allá de sus ideologías. Sería aprender de nuestra historia. Complejizar el análisis más allá de la distinción entre “buenos y malos” ayudaría mejor a entender este proceso.

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