ERNESTO OTTONE “Este es un gobierno REFORMADOR. No revolucionario”

Por cosas.com

Fue uno de los hombres más poderosos del gobierno de Ricardo Lagos Escobar. Poderoso por su capacidad reflexiva, por sus consejos, por su conocimiento de la política y, claro, por su cercanía y confianza con el ex Presidente, con quien comenzó a trabajar 10 años antes de que el candidato socialista llegara a La Moneda. Desde entonces –mediados de los ’90–, el gran “leit motiv” para Ernesto Ottone era conceptualizar el sello de lo que sería la llegada de un hombre de izquierda al gobierno. Sabía que era fundamental cerrar un ciclo histórico luego de la experiencia de Salvador Allende. Lagos debía mostrar que la centroizquierda podía gobernar sin traumas. Pero, además, había que instalar una izquierda moderna, una socialdemocracia como la que en ese entonces encarnaba Tony Blair en Gran Bretaña. Antes, mucho antes, cuando Ottone era un joven universitario, marchaba por las calles de Valparaíso. Era 1967 y el movimiento estudiantil rugía. En ese entonces sus inclinaciones eran más sociales que políticas, pero a fines de ese año tomó la decisión de entrar a militar a las Juventudes Comunistas. El país y el mundo vivían en plena ebullición. Las utopías existían y movilizaban. Fue por ese tiempo que inició “El viaje rojo”, como se llama el libro que acaba de publicar, y en que detalla –con bastante humor– esa dura travesía y su posterior decisión de abandonar las filas del PC. Ottone tomó distancia de las posiciones absolutistas. Su mirada se volvió crítica y mucho más autónoma. Se concentró en lo académico y en reflexionar desde allí los procesos políticos y sociales que fue experimentando el mundo desde entonces. 

–En su libro, donde hace la revisión de su vida política, de su desencanto con el PC, hay también la historia de una generación. Mirando hacia atrás, ¿dónde se perdieron?

–Hay que decir que es otro tiempo. El viaje rojo se hace en la sociedad industrial. Hoy estamos en la era de la información. Era el mundo de la Guerra Fría y hoy vivimos en un mundo desordenado, complejo, que tiene otros desafíos. Con esto quiero decir que la política y el sueño político, se daba en otros parámetros. No es sólo un asunto del desencanto o del error. Es que vivíamos un mundo que te planteaba otro escenario. La perspectiva de una revolución era muy fuerte. Eso no existe hoy. 

–Si buscamos un hilo conductor. ¿Qué reivindica como continuidad de esos años?

–Como continuidad reivindico la justicia y la necesidad de una sociedad más igualitaria. Ambos temas siguen pendientes aún en plena globalización. Porque, claro, la globalización ha sacado a millones de personas de la pobreza, pero ha creado sociedades más desiguales y siguen existiendo injusticias y abusos. 

–Entre el mundo de la Guerra Fría y el de la globalización están los años 90. Ahí imperaban otras ideas. La justicia o los abusos no estaban en el vocabulario político tan marcadamente como ahora…

–Claro, porque en ese tiempo surgió una distopía, que es lo contrario de la utopía, que es la visión neoliberal; el doctrinario que se opone a cualquier solución social. Y en que, al final, lo social se disuelve en lo individual. Por eso digo que hoy hay dos valores en juego aquí. El valor de la igualdad y de la libertad, y la certeza de que lo que nos asegura la permanencia de esos dos valores es la democracia. Nosotros no teníamos una convicción democrática permanente. La veíamos como un factor táctico para avanzar en la igualdad, pero no como la mejor forma de convivencia. 

–¿Eso fue lo que gatilló –en ese tiempo– su alejamiento del comunismo?

–Así es. Yo llegué al convencimiento profundo de que no se puede –en nombre de ninguna idea, por buena que parezca– destruir la convivencia democrática.

 –Renunciar al PC debe haber sido fuerte. Seguramente lo tildaron de converso…

–Fue terriblemente doloroso. Primero, porque yo no tengo nada de converso. Detesto a los conversos, a ésos que queman lo que adoraron. Por el contrario, tengo una visión más de admiración por la gente con la que milité en el PC. Y reconozco que mantengo muchos de los valores que allí aprendí. Por eso mi recuerdo no es oscuro. Es luminoso, aunque era equivocado.

 DE REVOLUCIÓN A REFORMA

–Renunciar a la militancia debe haber sido la pérdida de un mundo de pertenencia también. ¿En qué lugar quedó usted?

–…Quedé muy solo. Comenzar a plantear la necesidad de seguir luchando por la igualdad, pero de otra manera, sabiendo que los derechos humanos valen para tus amigos y también para tus adversarios, y que el socialismo real era una experiencia donde la libertad queda relegada… todos esos convencimientos significaron rupturas, dolor, distancia con la gente que habías vivido y luchado toda tu vida de joven. Yo había pasado de la revolución a la reforma. Y en esos tiempos, la palabra reforma no tenía buena prensa en la izquierda chilena. Tampoco existía una experiencia reformista. Sólo después de la dictadura, y viendo lo que nos pasó, lo reformista cobró un valor. Pero sí… fue muy duro.

 –Y muchos años más tarde, Ernesto Ottone llegó a La Moneda como asesor directo del Presidente Lagos.

–Se dio la posibilidad de que un Presidente que venía de esa izquierda que fue revolucionaria, y que ahora era reformista, tuviera la posibilidad –por primera vez en la historia de Chile– de realizar un gobierno que terminara bien; que pudiera dar gobernabilidad.

 –¿Ese era el diseño de fondo del gobierno de Lagos: cerrar un ciclo histórico para la izquierda?

–Así es. Era mostrar que la izquierda sí podía gobernar, era darle ciudadanía política a esta izquierda. 

–Hoy la izquierda ha vuelto al gobierno, y hay una tensión entre los reformistas y quienes quieren profundizar los cambios. ¿Hay intentos revolucionarios en sectores de la Nueva Mayoría?

–No los veo, pero reconozco que existe un “ánimo”. Porque para tener ideas revolucionarias hay que tener un programa revolucionario. Y a la luz de sus propuestas, éste es un gobierno reformador. No revolucionario.

 –¿Le teme a ese “animus” izquierdista?

–Me parece muy legítimo que existan visiones distintas sobre lo que implican las reformas. Cuando la izquierda adopta la reforma como camino, reaparecen algunas nostalgias y surgen sectores que quieren apurar las cosas. Entonces, tú puedes tener mayoría política, pero también está la necesidad de llegar a acuerdos. 

–Ese ánimo, ¿puede romper el diálogo e instalar la desconfianza y el temor?

–No creo. En Chile hay una dirección muy clara de la Presidenta de la República que es una demócrata a toda prueba. No veo ningún peligro. Lo que sí puede pasar es que se instale la tensión en la Nueva Mayoría, y eso sería muy malo. No hay Nueva Mayoría sin la DC o alguno de sus otros partidos. En ese sentido, me parece un gran aporte que el PC esté allí. 

–Considerando el clima que hay en el país, ¿de qué debiera cuidarse Bachelet para no perder su capital político?

–Ella tiene que cumplir con su promesa. Y para eso sólo debe cuidarse de la complejidad de las cosas. Ante temas como la reforma educacional o tributaria, ella debe analizar el conjunto de las presiones, el conjunto de las necesidades y ver la gradualidad que requieren los cambios.

 –¿Tiene razón Carlos Peña cuando dice que Bachelet está presa de una “ilusión óptica”, que ha leído el malestar de un sector y no de la sociedad entera?

 –No estoy de acuerdo. Si Michelle Bachelet estuviera presa, no habría abierto acuerdos en la reforma tributaria y el gobierno no estaría discutiendo los temas de la reforma educacional como lo está haciendo. 

–Para algunos analistas, el gobierno está leyendo mal a la sociedad…

–Lo peor en el análisis es pasar de la euforia a la depresión, y en Chile eso es habitual. Yo digo: calma. El gobierno de Bachelet debe responder al conjunto de la sociedad y ésta no es ni tan conservadora como ahora dicen algunos, ni tan revolucionaria como se decía hace cuatro años. Ahora, perdón, pero quien no leyó nada fue Sebastián Piñera, y así le fue a la derecha. La centroizquierda leyó mucho mejor.

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