Democracia y lenguaje

Por René Jofré en La Segunda

El presidente de la Corte Suprema, parsimonioso y prudente, reaccionó diciendo que lo ocurrido “está dentro de la expresión democrática de este país”. Fue una reacción mesurada frente a una agresión de hecho.

El juez Muñoz, entonces, prefirió ampliar el horizonte de lo que se puede entender por expresión democrática, poniendo el punto crítico en la falta de diálogo de los manifestantes y en el no respeto al derecho de reunión, pero concediéndoles el derecho a manifestarse, aun siendo víctima de sus insultos. Su propia calma marcó el contraste con quienes no tuvieron la misma actitud. Una actividad de carácter pacífico, que promovía materias que interesaban a los presentes, fue bruscamente interrumpida por quienes buscaban publicidad para su causa.

¿Puede ser llamado eso expresión democrática? Sin duda, no. Pero el juez prefirió, mediante una elección adecuada de sus palabras, poner las cosas en su lugar con tranquilidad, antes que rasgar vestiduras por la agresión de la que fue objeto junto a todos quienes participaban en el seminario.

El lenguaje de la democracia, en primer término, reconoce el lenguaje del otro y aunque duela, lo legitima. Al establecer dicha simetría la democracia se hace fuerte. Y puede entonces, reconocer a quienes quieren fortalecer dicho modo de convivencia y distinguirlo de quienes sólo intentan vociferar a favor de su causa como única causa posible. La política siempre está vinculada a las relaciones entre unos y otros, a las palabras que se dicen, a la coherencia de los actos. Un solo acto de lenguaje, dicho en el momento preciso, puede establecer, como lo hizo el juez Muñoz, de manera nítida, cuáles son los límites de la democracia y los derechos de unos y otros.

Como contraste, hace un par de semanas, dirigentes empresariales calificaron un video que promovía la reforma tributaria como un atentado contra la “sana convivencia”, señalando que era arbitrario e injusto. El audiovisual hablaba de “los poderosos de siempre” y quienes se pusieron ese sayo se apresuraron a criticar duramente el spot.

Llamó la atención la fuerza de las palabras de los dirigentes gremiales, sobre todo porque, salvo voces aisladas, no se escuchó a los mismos personeros condenar con similar fuerza la colusión de farmacias o las repactaciones unilaterales de multitiendas, por señalar dos ejemplos emblemáticos de abuso en el último tiempo. Ahí faltó coherencia en el lenguaje, porque el discurso no se hizo cargo de los propios errores.

El lenguaje hace a la democracia. Así pareció entenderlo el juez, que dio una lección a quienes buscaban el poder de la cámara y no el diálogo. Esa actitud promueve una sana convivencia, no retórica, sino a través del reconocimiento de la legitimidad del otro. El diálogo democrático debe partir de esa condición de reconocimiento. Fuera del diálogo, las personas corren el riesgo de aislarse escuchándose a sí mismas, sin capacidad para ver o escuchar a los otros, sea a través de la búsqueda de un acto de publicidad para su causa, sea con la actitud de confundir sus propios intereses con los intereses del país.

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