Por René Jofré en La Segunda
Esa es la gracia de la colaboración entre partidos de procedencias e ideologías distintas, sea para gobernar, ganar elecciones o actuar táctica y estratégicamente en los escenarios políticos que se presentan.
Nada más alejado de la realidad el que existan coaliciones que deban estar de acuerdo en todos y cada uno de los actos que emprenden. Basta el programa común, que no es poco, como eje orientador.
Como señala la literatura, una meta relevante de los gobiernos de coalición es obtener mayorías en el Congreso. Esto adquiere más importancia en un sistema electoral tan singular como el chileno, que sólo permite que una coalición se exprese como mayoría, en cada distrito o circunscripción, cuando ha doblado en votos a la competencia. Otra meta es formar gobierno a través de los partidos que integran la coalición, sustentando políticamente lo que se logró en las urnas. Una tercera meta es la actuación conjunta en los diversos escenarios en que le toca participar. Este es el componente estratégico que da vida definitiva a una coalición y que no puede sino probarse en el ejercicio político común, en el día a día de la política.
Analizando cada componente, la Nueva Mayoría ya es una coalición electoral: se puso de acuerdo en un conjunto de candidaturas que representaron a ese pacto, hizo campaña con ese nombre y ganó las elecciones, por un amplio margen, a sus competidores.
La Nueva Mayoría es también un acuerdo político que se prepara para integrar el gobierno que designará la Presidenta electa.
Lo que resta es observar cómo será el desempeño de dicha coalición y sus partidos en el Congreso y en La Moneda, para verificar si aportan diversidad, si cumplen con los acuerdos que se suscriben al interior de todo pacto y de qué forma esas fuerzas resguardan su identidad sin afectar la interacción.
Es por ello que importa poco que la Nueva Mayoría se llame coalición o acuerdo. Lo que importa es el modo en que se estructure como bloque parlamentario y fuerza de gobierno. Si cada partido se dedica a imponer su propio modo de ver las cosas, a la coalición le irá mal, como le fue al actual gobierno. Si, por el contrario, las diferencias se entienden de manera amplia para llegar a acuerdos que hagan avanzar el programa, serán acciones que irán entrelazando una cultura común.
La Concertación de cuatro partidos que gobernó con Lagos y Bachelet fue una articulación distinta al acuerdo de 17 partidos que logró el triunfo de Patricio Aylwin. Las coaliciones mutan, evolucionan, se rearticulan, debaten internamente… y desaparecen, al cabo de pocos o muchos años, dependiendo de sus éxitos. Que nadie se sorprenda por ello.
La propia Alianza por Chile fue a la elección anterior con el nombre de Coalición por el Cambio, que supuestamente integraba a otras fuerzas. Pero, en la práctica, eso no operó nunca. ¿Fue un engaño o una mera estrategia electoral? En realidad, simplemente fue una coalición truncada.
La Nueva Mayoría está naciendo. ¿Cuánto durará? ¿Se truncará? ¿Sufrirá deserciones? Va a depender de la destreza de sus propios integrantes y del contenido político que logre acumular como espacio común.